13.2.14

Romanticidio con premeditación y alevosía

En el cenicero he visto
una armonía de colillas a medio terminar
y es inútil que te empeñes
en esconder
ese posible rastro de carmín
cuando sabes que yo no gasto de eso.

Pero bueno.
Al estilo de Rubén Darío,
"bajo el ala aleve del leve abanico"
sé esconder mi mirada de chica valiente
para seguir haciéndote creer
que dejaré que vengas a salvarme
cuando a ti te salga de las pelotas.

Porque eso de los superhéroes
sólo funciona en los cómics.
Ninguna mujer
en su sano juicio debería
sentirse protegida
por un hombre en mallas.

Y es que
en caso de peligro
te sale más a cuenta
lanzarte cuesta abajo por una espalda
sin frenos
ni apellido siquiera
que lidiar con un alguien
a quien se le haga cuesta arriba
llegar a tus bragas sin GPS...
Porque para acabar
con el corazón hundido en el asfalto
-y derramando versos por los bordes de la carretera-
no me hace falta la ayuda de nadie.
Me corro yo solita.

4.2.14

El chico que escupía versos cuando todos duermen.

El chico que escupía versos
cuando todos duermen
posee esa insensatez
digna de quien cruza
cuando el semáforo está en rojo.

Sus promesas no riman
tiene unas manos
por las que te dejarías
encabalgar
a golpe de metáfora
y huele a soneto
como nunca
antes
lo había hecho nadie.

El chico que escupía versos
cuando todos duermen
necesita de alguna sonrisa
con la melena al viento
que le sirva de nexo
para librarse
de un asíndeton
en el que nunca pidió caer.

Harto de que sus rodillas cuenten
la historia
que se empeña en olvidar
decide
vestirse de alejandrino
que es
casi como jugar al escondite
con las palabras de otros
y salir a disfrutar
de esta hipérbole
dividida en sílabas.